A caballo entre el Neoclasicismo y el Romanticismo, a finales del siglo XVIII, algunos artistas dieron un paso hacia la modernidad, elaborando, desde su individualidad, un lenguaje personal y sugerente que les convierte en excepciones en el panorama artístico.
Estos pintores se negaron a mirar únicamente en los artistas de la Antigüedad para inspirarse, intentando aprender de sus propios pensamientos, de su observación de la naturaleza y de sus conclusiones sobre ello. La Invención debía ser la finalidad principal de cualquier artista que deseara ser considerado como tal. Esta Invención debía estar por encima de la propia Naturaleza, no debe de ser copiada, sino observada. Lo mismo ocurría con la tradición artística, la cual debía ser tenida en cuenta, pero no imitada. Buscaron escenas nocturnas para sus obras, predominando las sombras, los sueños y las alucinaciones. Con este estilo, de sombras, de irracionalidad y de fantasía encontraban el contrapunto a las luces de la razón.
Johann Heinrich Füssli (1741-1825), nacido en Suiza y más conocido por su nombre inglés, Henry Fuseli. Elaboró su propio código plástico a partir de una formación germánica y su conexión con el movimiento Sturm und Drang y con Winckelmann. En 1770 hace el Grand Tour, viaje para conocer las obras de la antigüedad in situ, y sus ilustraciones muestran la fascinación por las ruinas clásicas y por los grabados de Piranesi, pero su percepción de las ruinas le aleja del estilo equilibrado de sus contemporáneos.
Desde muy pronto mostró un gusto peculiar por aquellos temas que mejor se ceñían a la estética de los sublime: terror, misterio y angustia, plasmados en sus ilustraciones, el Infierno de Dante o Macbeth de Shakespeare. En su obra fuerza las composiciones y las formas, en la línea de Miguel Ángel, para conseguir mayor dramatismo.
Retoma el argumento de la formación de la Confederación Helvética con actitudes exageradas en aras de la exaltación de la unión política. El juramento se prestó sobre la pradera de Rütli con vistas al lago de los Cuatro Cantones, donde se habían reunido los hombres libres de los valles de Uri, Schwyz y Unterwalden, especialmente representados por los tres confederados: Arnold de Melchtal, Walter Fürst y Werner Stauffacher. Fue un encargo suizo para conmemorar el alzamiento de los tres cantones contra la dominación austriaca.
«La Pesadilla» fue conocida a través de grabados, entusiasmó a toda clase de públicos y haciendo de ella las más variadas lecturas. Son muchos los críticos que la han identificado con la escenificación de un sueño erótico, aunque también puede entenderse como el miedo a los desconocido o al ocaso del reinado de la Razón, la ruptura del paradigma del clasicismo.
Existe otra versión posterior. Destacan también sus pinturas inspiradas en el poema ‘El paraíso perdido’ de Milton, donde también representó un notable repertorio de demonios, fantasmas y seres de pesadilla.
William Blake (1757-1827), coetaneo de Füssli. Filósofo, poeta y grabador, creó un mundo imaginario con el deseo de regenerar la sociedad y luchar contra el dictado de la Razón.
Sus imágenes son en muchos casos el resultado de unas supuestas visiones, representan su rechazo de lo establecido porque desde un punto de vista formal, renuncia a los cánones clásicos y crea un nuevo sistema plástico en el que se sirve de la pintura al temple y de una nueva forma de estampar que incluye el color para conseguir mayor dramatismo.
Blake realizó un monotipo, que representa a Newton desnudo, sentado sobre una roca cubierta de algas, aparentemente en el fondo del mar, en una postura muy forzada que le hace parecer como una continuación de la misma roca. Isaac Newton (1624-1727) está absorto sobre unos diagramas que está dibujando con un compás sobre un rollo de tela que a primera vista parecería salir de su boca. La oposición de Blake al racionalismo dominante de su época es clara y contundente. Sin embargo es igualmente claro que su estética visual es afín al neoclasicismo, y que muchas de sus opiniones en cuanto al rechazo de las ideas preconcebidas, la autoridad y la tradición podrían haber sido expresadas con similar vehemencia por quienes desarrollaron la ciencia durante el siglo XVII. Pero en el siglo XVIII, esa gran revolución del pensamiento se había asentado en un período de ciencia normal y fue contra esa visión dominante, contra esa elevación de la razón como autoridad opresiva, que el gran William Blake se revelaría.
Constructor de los famosos Jardines Colgantes y de otros grandes monumentos en la capital de Mesopotamia, la tradición judeocristiana le presentó en cambio como un tirano cruel y despiadado por haber emprendido la conquista de Judá y haber ordenado la destrucción de templos en Jerusalén. El grabado acentúa la condición negativa del rey, mostrándole como un personaje atormentado por la culpa, de mirada perdida, barba desaliñada y uñas en forma de garras, que se arrastra como un animal desnudo por el interior de una oscura caverna. Para William Blake, Nabucodonosor es un símbolo de la condición humana esclava de las pasiones.
Ambas presentan un paisaje tenebroso, ambiguo e incierto en el que el colorido plano y las formas casi miguelangelescas nos transportan a la esfera de lo sublime.
Sus poemas iluminados son obras de arte total en las que los detalles vegetales apoyan el poder de la palabra; plantas y flores tienen para él una simbología de carácter sexual a la vez que son proyecciones de la divinidad.
Su admiración por la Revolución Francesa y la Revolución Americana le llevaron a ilustrar el libro del capitán John Gabriel Stedman sobre sus expediciones por Sudamérica. Las impactantes imágenes sobre el trato a los esclavos negros rompen el modelo de los exótico y lo pintoresco para convertir en un canto a la libertad y a la igualdad entre los hombres, los ideales de la Revolución.
Philip Otto Runge (1777-1810). Murió joven este pintor original que pretendió convertir el paisaje, para los académicos un género menor, en el objetivo de su obra artística. Plantea una nueva visión del paisaje que comulga con la sensibilidad romántica.
Su pintura recupera la simbología de la naturaleza. Sus cuadros en la Kunsthalle de Hamburgo «Los niños Junselbeck» (1805-1810). «Descanso en la huida a Egipto» (c.1805) y «La mañana» (1808) recogen su concepción panteísta de la naturaleza donde flores y plantas son reflejo de la divinidad de lo sobrenatural.