La iglesia del Gesù Nuovo, junto con los edificios adyacentes de la Casa Profesa y del Palacio de las Congregaciones, constituía el conjunto más importante y prestigioso fundado en Nápoles por la Compañía de Jesús. La iglesia nació de la transformación de uno de los más hermosos palacios de la Nápoles renacentista, él de los Sanseverino, príncipes de Salerno, construido en 1470 por el arquitecto Novello de San Lucano. Tras la rebelión de 1547 contra el virrey don Pedro de Toledo, causada por el intento de éste de introducir en el Reino la Inquisición española, Ferrante Sanseverino cayó en desgracia y sus bienes fueron confiscados y vendidos, ocasión que aprovecharon los jesuitas para comprar el palacio, pagando por él la considerable suma de 46.000 ducados. La elección de los jesuítas no fue casual, de hecho el palacio, dada su situación, podía convertirse en un edificio de culto, satisfaciendo de ese modo, los deseos de los nobles napolitanos, que no querían que el palacio real de los Sanserverino fuera demolido.
Las obras, financiadas por Isabel Feltria de la Rovere, princesa de Bisignano, fueron encargadas al arquitecto jesuita Giuseppe Valeriano, que, aprovechando las áreas internas del palacio y del jardín, realizó un templo con planta de cruz griega (el brazo longitudinal ligeramente más largo), contenido en el perímetro del palacio anterior, utilizando los paramentos murales ya existentes, comprendiendo también la fachada.
Estaban formados por almohadillas de traquita cortados en forma de diamante, una estructura mural singular que representaba un ejemplo único en la arquitectura napolitana y que en Italia cuenta con pocos ejemplos: palacios Bevilacqua en Bolonia, de los Diamantes en Ferrara y él llamado «lo Steripinto» en Sciacca. Además las almohadillas del edificio napolitano, presentan en la superficie singulares incisiones, las marcas de los lapidarios, o sea signos que los canteros dejaban como firmas para que el jefe de obras, después de controlar el número de piedras que habían tallado, pudiera dar a cada obrero el pago correspondiente.
La iglesia fue consagrada el 7 de octubre de 1601 y dedicada a la Virgen Inmaculada, pero, desde el principio, fue llamada «Gesù Nuovo», para distinguirla de la otra iglesia preexistente de la Compañía, a la que, en consecuencia, se le dio el nombre de Gesù Vecchio. Al entrar en la iglesia, se percibe una sensación de profundo estupor por la extraordinaria riqueza decorativa interior que, no obstante el dominante tono barroco, fue realizada en un período de tiempo que va desde los primeros años del siglo XVII hasta todo el siglo XX.
El Gesù Nuovo guarda un repertorio que nunca la producción napolitana había visto, a cuya realización concurrieron no sólo protagonistas renombrados, entre los cuales estaban Giovanni Lanfranco, Cosimo Fanzago, Luca Giordano y Francesco Solimena, así como muchos artesanos: entalladores, canteros, latoneros, estucadores, que con su maestría contribuyeron a acrecentar la magnificencia de la iglesia.
La cúpula de la iglesia fue construida entre 1629 y 1634 por el arquitecto fray Agazio Stoia y pintada al fresco por Giovanni Lanfranco entre 1635 y 1636. Tras derrumbarse en 1688 debido a un terremoto, sobrevivieron sólo los cuatro Evangelistas representados en las pechinas, uno de los cuales, San Mateo, lleva la firma LAN/FRAN/CUS. Destruida también la segunda cúpula construida por Arcangelo Guglielmelli y pintada al fresco por Paolo de Matteis entre 1713 y 1717, la actual «escudilla» realizada en cemento armado en 1973 es la copia de la tercera cúpula construida por Ignazio di Nardo alrededor de 1784 y después destruida por problemas estructurales.
Cada rincón, cada capilla guarda joyas increíbles. El ábside exalta la figura de la Virgen Inmaculada a través del ciclo de frescos de Massimo Stanzione y un conjunto de esculturas, cuyo centro es la efigie en mármol de la Virgen Inmaculada, de Antonio Busciolano en 1859. Las figuras de Ángeles y el Globo en lapislázuli sobre el cual se yergue la estatua es lo que queda de una espectacular composición escultórica del siglo XVIII. La estatua de la Virgen, dentro en un amplio y profundo nicho, está en el centro de la escenográfica pared de mármoles policromados, realizada en la primera mitad del XVII por Cosimo Fanzago, que imprimió un ritmo a la superficie parietal mediante la inserción de seis columnas de alabastro: las centrales flanquean el susodicho nicho, mientras que las laterales enmarcan dos altorrelieves, que representan San Ignacio y San Francisco Javier, del taller de Vaccaro, y las estatuas de San Pedro y San Pablo, obra de Busciolano.
La primera capilla de la nave derecha es dedicada a San Carlo Borromeo, personaje de relieve de la Contrarreforma, y además amigo y protector de la Compañía de Jesús. El Santo, arzobispo de Milán, fue representado en éxtasis en la pintura que domina el altar por Giovan Bernardo Azzolino, autor también del ciclo de pinturas al fresco de la bóveda, que representa su obra de asistencia a los apestados (1618-1620).
La Capilla de San Francisco Javier, que corresponde al brazo derecho del transepto, exalta la figura del iniciador de las misiones jesuíticas en la India y en Japón. Es protagonista de los frescos de la bóveda de Belisario Corenzio y de Paolo de Matteis, del cuadro del altar, de Giovan Bernardo Azzolino de 1640, que lo representa en éxtasis y las tres pinturas de la parte superior de Luca Giordano, realizadas entre 1676 y 1677, que representan: el central, el Santo cargado con las cruces; él de la derecha, bautizando a los indios, y él de la izquierda, el Santo que por milagro halla el crucifijo entre las bocas de un cangrejo. Una modesta estatua de madera, colocada bajo el altar en 1934, recuerda su muerte solitaria, que tuvo lugar en la isla china de Sancián. Trabajaron a la decoración del rico revestimiento de mármol de la capilla, entre 1642 y 1655, Donato Vannelli, Antonio Solaro y Giuliano Finelli. Las estatuas de los nichos, situadas a los lados de la pintura del altar, que representan San Ambrosio y San Agustín y que provienen de la capilla de San Carlo Borromeo, son obras de Cosimo Fanzago.
La capilla siguiente fue edificada por los jesuitas en memoria de su primera benefactora, Roberta Carafa, duquesa de Maddaloni. Hasta aquel momento la capilla fue dedicada al Crucifijo que, flanqueado por la Virgen Dolorosa y por San Juan Evangelista, se admira todavía hoy en día en el altar. Las tres esculturas de madera se caracterizan por un fuerte expresionismo, que destaca gracias a la intensidad de los colores. Se atribuye el grupo a Francesco Mollica, artista de la segunda mitad del siglo XVI. A los lados del altar hay dos nichos que acogen otras tantas estatuas de madera: a la derecha la del XIX de San Juan Edesseno, cuyas reliquias se guardan en una urna cineraria romana del siglo IV, proveniente del área de Villa Melecrinis en Nápoles, y, a la izquierda, la del XVIII de San Ciro, médico y ermitaño egipcio, a cuyas reliquias, colocadas en la urna bajo el altar, acuden todavía hoy en día cientos de fieles.
La Capilla de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, fue diseñada por Cosimo Fanzago, que trabajó para él en períodos alternos desde 1637 hasta 1655, con la ayuda de Costantino Marasi y Andrea Lazzari. A través del empleo de volúmenes contrapuestos, que destacan debido a un continuo juego de luces y sombras, crea nuevos espacios para acoger las obras pictóricas y escultóricas, exaltando su significado religioso y espiritual. Suyas son también las estatuas de los profetas David y Jeremías, realizadas entre 1643 y 1654. Encima del altar se encuentra una pintura de la Virgen con el Niño entre San Ignacio y San Francisco Javier de Paolo de Matteis, realizada en 1715 para la iglesia de los Jesuitas de Tarento. (Imposible de fotografiar)
Una de las obras más célebres del Gesù Nuovo es sin duda el fresco de la contrafachada, que representa la Expulsión de Heliodoro del Templo, y que se considera unánimemente la obra maestra de la madurez de Francesco Solimena, firmada y fechada 1725. Bellos ciclos de frescos revisten las bóvedas del crucero y de la nave principal, por ejemplo las diez pinturas de la bóveda de cañón desarrollan el tema del Nombre de Jesús, del cual la Compañía toma su denominación, los frescos fueron ejecutados por Belisario Corenzio entre 1636 y 1638 pero, a finales del siglo XVII, los dos paneles centrales fueron repintados por Paolo de Matteis con el Triunfo de la Inmaculada y de San Miguel contra los demonios y la Circuncisión de Jesús.